
Las universidades han reforzado la idea que sólo quienes tienen méritos triunfan, aunque la realidad muestra que jóvenes meritorios no tienen oportunidades mientras que ricos mediocres sí.
Esta idea ha cobrado fuerza a partir del último libro del ya famoso profesor de ética de la Universidad de Harvard, Michael Sandel, denominado “La tiranía del mérito” (foto de la portada), en el que cuestiona cómo la educación ha pasado a tener una lectura política que divide a triunfadores de perdedores, pues ha sido la misma educación la que se ha entendido como la forma de prepararse para competir y vencer en la economía global, dejando de un lado los principios de solidaridad y bien común.
El desarrollo conceptual de Sandel se basa, en gran medida, en el escándalo sucedido en Estados Unidos, en 2019, cuando reconocidas figuras públicas y millonarios de ese país pagaron, a través de un entrenador de deportes universitario, cientos de miles de dólares para que sus hijos (sin las debidas condiciones académicas exigidas por las más prestigiosas universidades de ese país e identificadas como la Ivy League), pudieran ingresar utilizando sobornos y haciendo pasar a los jóvenes como deportistas o personas de condiciones especiales de vulnerabilidad.
“Un título de una universidad de renombre es algo que hoy se ve como la principal vía de movilidad ascendente para quienes aspiran a subir en la escala social y el bastión defensivo más sólido contra la movilidad descendente para quienes aspiran a mantenerse arrellanados en el nivel de las clases acomodadas. Esa es la mentalidad que llevó a unos asustados padres adinerados a recurrir al fraude del acceso amañado a las univeridades”, dice Sandel.
A propósito de este tema, Netflix estrenó hace pocos días el documental “Operation Varsity Blues: The College Admission Scandal“, en el que muestra cómo se realizó este engaño y la manera como el Gobierno lo investigó y sancionó.
Otra forma de “ganar” el acceso, reconocimiento a muchas de estas universidades ha sido más tradicional, y corresponde a padres millonarios que abiertamente realizan una donación, edificio, laboratorio, auditorio, patrocinio de un equipo… a cambio del cupo para su hijo.
Así, las universidades pervierten su esencia y dejan de ser el escenario que, por naturaleza -así por lo menos se ha enseñado- vive la meritocracia.“En una sociedad desigual, quienes aterrizan en la cima quieren creer que u éxito tiene una justificación moral. En una sociedad meritocrática, eso significa que los ganadores deben creer que se han “ganado” el éxito gracias a su propio talento y esfuerzo”, dice Sandel en su libro.
Estas ideas también ayudan a la hipótesis de algunos académicos colombianos que cuestionan, por ejemplo, ¿qué universidad forma mejor a sus estudiantes?: Si una institución de estrato seis, con millonarias matrículas y grandes limitantes de acceso, que recibe estudiantes formados en los mejores colegios, con altos puntajes en las pruebas Saber, bilingües y un importante capital social relacional, además de cuantiosas externalidades que contribuyen a su visión de mundo (viajes al exterior, formación en otras competencias y comodidades materiales, entre otros), o una universidad popular, masiva, que recibe a cuanto estudiante desee ingresar, independientemente de su condición académica y cultural.
Según el imaginario que impera, descrito por Sandel, “quienes acaban en la cúspide de la pirámide social terminan creyéndose que se merecen el éxito que han tenido. Y quiere decir asimismo que si las oportunidades son en verdad las mismas para todos y todas, quienes quedan rezagados se merecen también la suerte que les ha tocado!.
De esta forma, en vez de contribuir a reducir las brechas sociales y a “nivelar la cancha” a favor de la inclusión, la educación superior ha venido actuando como un requisito clasista en el que el éxito en la vida depende de muchos factores del contexto socioeconómico, cultural y familiar, que se concreta en las universidades identificadas como de prestigio.
Por ello la cruda afirmación del profesor de ética de la Universidad de Harvard, Michael Sandel, según la cual le estamos dando el valor incorrecto a los títulos universitarios.
Por ello, en entrevista con el diario El Tiempo, Sandel señala que “les estamos dando a los títulos universitarios el valor incorrecto. Aumentar el acceso a la universidad es bueno, especialmente para aquellos que no pueden pagarlo; pero hemos cometido un error al asignar a la educación superior el papel de ser árbitro sobre las oportunidades en una sociedad meritocrática. Y esto no solo deja fuera a mucha gente, porque la mayoría de la gente no tiene un título universitario, sino que también lleva a quienes van a la universidad a pensar en su educación en términos instrumentales y se distraen del propósito intrínseco de la educación, que es reflexionar sobre los propósitos fundamentales de la vida”.
Fuente: Observatorio de la Universidad Colombiana