
El movimiento estudiantil colombiano, de 2.010 a 2.012, hace parte del recién presentado libro “Cien años de movimientos estudiantiles” a propósito del centenario del Manifiesto de Córdoba.
El texto, que corresponde a una compilación de estudios y aportes de diversos autores de la región, fue liderado por los universitólogos mexicanos Imanol Ordorika, Roberto Rodríguez-Gómez y Manuel Gil-Antón, y presenta un panorama de cómo, tras lo sucedido en 1.918 en Córdoba, Argentina, con el llamado Manifiesto Liminar, se inspiró la ideología de los diversos movimientos estudiantiles, que pasaron por los diversos países de América Latina y llegaron a Estados Unidos y al mayo francés de 1968.
Clic para descargar el libro (413 páginas), editado por la UNAM
La “historia” del movimiento estudiantil colombiano se remonta, en el texto, a la reseña que hace el hoy abogado de la Universidad Externado de Colombia, Juan Sebastián López Mejía, quien era estudiante avanzado cuando se configuró la Mesa Ampliada Nacional Estudiantil MANE, misma que en 2.010 logró canalizar el descontento del sistema con una fallida propuesta de reforma de la Ley 30 de 1992, en el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la entonces ministra de Educación, María Fernanda Campo.
La versión de López (quien se desempeñó como jefe de prensa del senador y defensor de las causas estudiantiles, Jorge Robledo, del Polo Democrático, durante cuatro años y medio en el Congreso de la República) cuenta los motivos que llevaron al estudiantado a trabajar una propuesta de “Programa Mínimo”, a manera de contrapropuesta o contrareforma de la Ley 30 de 1992, y deja expuestos los principios que impulsaron el movimiento y que, en menor intensidad, se han mantenido.
Una de las conclusiones del capítulo de Colombia, denominado “El movimiento estudiantil en Colombia (2010-2012)”, y redactado por el propio López, es que “un factor del “desinfle” de la MANE tuvo que ver con los intentos —cada vez más notorios y burdos— de instrumentalizar la organización estudiantil para ponerla al servicio de los objetivos políticos de las organizaciones estudiantiles fundadoras. Por ejemplo, algunas organizaciones buscaron convertir a la mane en un partícipe de las mesas de negociación del Proceso de Paz en La Habana, Cuba, entre las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el Gobierno Nacional, así desnaturalizando los propósitos gremiales de la Mane, y forzando posiciones sobre dicho conflicto que no eran consensuadas”.
Esto explica, en gran medida -eso no se dice en el libro- por qué el grupo de voceros de la MANE se dispersó y el Programa Mínimo no logró tener la difusión y defensa esperada, en 2.013 y 2.014, cuando los intereses políticos se llevaron para diversas corrientes y partidos a los líderes estudiantiles, quienes terminaron enterrando la causa estudiantil para no dar protagonismo político-electoral a sus anteriores aliados en el movimiento.
Situación parecida se ha visto ahora, a otro nivel, con los herederos de la MANE y FENARES, de comienzos de década: UNEES y ACREES, quienes también se han alineado con intereses políticos, en agrupaciones de difícil concreción y unicidad.
Un movimiento estudiantil nunca es uniforme
Esto lo confirma una de las consideraciones que realizan los compiladores mexicanos del libro, para quienes “la diversidad de fuerzas corresponde a diferentes maneras de ver no solo el conflicto, sino el impacto buscado: ¿dialogar es negociar? ¿Negociar es traición? ¿La ausencia de dirección es positiva, o bien hay que pensar en los riesgos de una dirección que se aleje de los actores, pero también en los límites de la espontaneidad?”.
Como hecho histórico es claro que la MANE en Colombia no fue el primer movimiento estudiantil, pero sí el más masivo y organizado, aunque se haya diluido.
Sus formas de organización, ideas, documentos y lucha fueron aprendidas, y superadas en intensidad, capacidad de (in)movilización y presión política por los actuales, aunque coinciden en que terminan favoreciendo los intereses y liderazgos de unos pocos y no a la mayoría del movimiento.
Fuente: Observatorio de la Universidad Colombiana