ASPROUL

«No me asustan los temblores, llevo toda la vida viviendo aquí», cuenta Jaime Gómez, vecino de la céntrica colonia Cuauhtémoc. “Como había habido una falsa alarma un día antes, no pensamos que era en serio, pero después nos dimos cuenta de que esta vez era particularmente fuerte y que teníamos que tener cuidado”, agrega Gómez, de 42 años. Vivir en la Ciudad de México es acostumbrarse a vivir con los sismos. Pero el temblor de la noche del jueves fue diferente. Hace mucho no se sentía un terremoto así.

Los primeros reportes hablaban de una magnitud similar al temblor de 1985. Se decía después que era el sismo más fuerte en 30 años. Se confirmó finalmente que había sido el más potente desde 1932. Confusión, nerviosismo, miedo, incredulidad… el sismo empezó a unos minutos de que cayera la medianoche y tomó por sorpresa a 20 millones de capitalinos: “Me despertaron los gritos de los vecinos, evidentemente, fue muy fuerte, pero lo más impresionante fue el pánico de la gente”, relata Karla, de 32 años, de la colonia Narvarte.

“Me di cuenta porque se estaban moviendo todas mis cosas: mi cama, las lámparas, todo…”, comenta Jordan, de 19 años, que vive en Chimalhuacán, en el norte de la zona metropolitana. “Vivo en un cerro, se siente igual o peor”, asegura y muestra unos vídeos que grabó con su teléfono. Había una necesidad de contarlo, de documentarlo. No había otro tema de conversación en la mañana del viernes. “¿Dónde te agarró el temblor?”. Esa era la pregunta más recurrente y prácticamente ineludible a pie de calle, al tomar el transporte público y al revisar los grupos de WhatsApp. El mayor terremoto del último siglo había sacudido el sur de México y se había hecho sentir violentamente en la capital del país.

“Estaba a punto de meterme a bañar, ya estaba encuerado (desnudo) y me tuve que volver a vestir”, dice entre risas Juan Carlos Contreras, de 24 años. “Empezó la alarma sísmica y salí como pude”, afirma el vecino de la colonia Pensil Sur, en el poniente de la metrópoli. Contreras se dio cuenta de la magnitud cuando vio a todos los vecinos en las banquetas.

En otros puntos de la ciudad no se escucharon las sirenas. Los avisos fueron distintos. “Escuchamos que ladraban los perros, muy feo, y que los pájaros que tengo estaban muy asustados, son los primeros en darse cuenta”, señala Julia Pérez, de 60 años, que es vecina de Ciudad Nezahualcóyotl, en la periferia de la capital.

Lo más importante era hablar con la familia y asegurarse de que todos estuvieran bien. Los habitantes relatan que las líneas telefónicas colapsaron y que tuvieron que intentarlo varias veces antes de comunicarse con sus familiares y amigos. Los cortes en el suministro de electricidad complicaron la tarea. “Llamé a mis hijos cuando vi que todo se estaba moviendo, les pedí que tuvieran cuidado”, apunta Pérez, sin ocultar su preocupación.

“Mi hija estaba muy nerviosa, le dije que no había pasado nada, que todo iba a estar bien”, cuenta Julio Mayor de Iztapalapa, también al oriente de la ciudad. Mayor dice que estaba tranquilo y a la vez desesperado por salir de su casa. El recuerdo de 1985 volvía a la cabeza. “Me di cuenta de que el temblor era de movimiento oscilatorio y ya no me preocupé tanto, el de aquella vez había sido trepidatorio y se sintió muy diferente”, recuerda. “Calmé a mi hija, pero con todo y todo no pude dormir tranquilo”, confiesa.

Después de que todo parecía tranquilo, empezó una tensa calma. ¿Había pasado todo? ¿Era seguro volver a casa? Había que estar pendientes de las réplicas. Era momento de ver la prensa o prender el radio y la televisión. No había muertos ni heridos, al menos en la capital. “La libramos (nos salvamos)”. Los chilangos“salieron” a las redes sociales para cerciorarse de que el daño en la ciudad había sido mínimo.

Entonces llegaron las primeras imágenes del sur del país: El derrumbe de un hotel en Matías Romero (Oaxaca), los daños en el Ayuntamiento de Juchitán de Zaragoza (Oaxaca) y la confirmación de las primeras muertes en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. La primera información que había llegado era de la capital y después los reportes desde el sur del país completaron un panorama trágico e inesperado.

«Hay una gran necesidad de insumos médicos, sobre todo después del colapso del Hospital Civil», comenta Jaime Mendoza, un reportero de Juchitán: «Los heridos siguen llegando, hay mucha necesidad hasta de lo más mínimo.» Hay al menos una treintena de muertos. Todos de los Estados del sur de México. “Da mucha tristeza ver cómo ha pegado a algunas partes, pero somos un país que ha vivido varios terremotos: ya nos levantamos de varios y tenemos que salir adelante”, concluye Mayor antes de quitar la mirada al vacío y retomar el camino al trabajo en la capital.

Diario El País